Solo una página como para tener ganas de releerlo y quizás ir corriendo a buscar el libro.
(...) Mi abuela tenía una teoría muy interesante, decía que si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no lo podemos encender solos, necesitamos, como en el experimento, oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión a reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuales son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía al alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillos se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo.
Si eso lega a pasar el alma huye de nuestro, camina errante por las tinieblas más profundas tratando vanamente de encontrar alimento por sí misma, ignorante de que sólo el cuerpo que ha dejado inerme, lleno de frío, es el único que podría dárselo.
¡Qué ciertas eran estas palabras! Si alguien lo sabía era ella.
(...)
Qué ganas de seguir leyendo!!!!
viernes, 30 de agosto de 2013
sábado, 2 de marzo de 2013
EL BARBERO DE ANTAÑO!!! 1804 - 1830 Isidoro de María
De Montevideo Antiguo
- mi barbero era una alhaja, hablantín como todos los barberos, pero listo y divertido como ninguno. Con decir que era hijo de la tierra de María Santísima, basta - solía decir antaño un parroquiano de la barbería de la calle San Pedro, a la vuelta del Reñidero de Gallos, que acostumbraba ir a hacerse la barba y hechar, cuando se ofrecía, una cana al aire con el barbero. a eso le contestaba otro parroquiano de la barbería del tío Pepe: - Pues el mío no se queda atrás en es9o de darle a la sin hueso mientras enjabona, asienta la navaja en su asentador de cuarta y media, y lo mantiene a uno con la bacía al cuello, enclavado en el sillón de vaqueta.
para chascarrillos, cuentos verdes y chismografía del barrio, se pinta solo. Mire usted. es un lince que todo lo pispa, una gaceta andante, que todo losabe, lo mismo que la partera, el Padre Guardián, o la Montañesa, que de las cosas de Bonaparte. Es entretenido y gana bien el real de afeite.
Vamos que el hombre entiende del oficio, y el pardillo Justo, que tiene de ayudante de navaja, no se queda atrás. A fe que tiene bien enseñado al muchachón.
Vea usted: cuando en ausencia del patrón me hace la barba me conversa por siete, mientras le da al jabón, y agua va y viene de la bacía haciendo espuma hasta las narices y refriega la barba. Una vez preguntele: - 2¿Por qué tanta lengua al enjabonar?" - -"Señor - contestome el muy ladino - , porque así entretengo y se remoja bien la barba, para correr mejor la navaja". De tal maestro, tal discípulo.
Pues señor, tantico más o menos, todos los del oficio eran cortados por la misma tijera. Barbero sin chistar, y mujer sin pico, decía el andaluz, échese usted a buscarlo.
Bien puede ser así, pero no seré yo, que no soy y andaluz, quien lo diga; no por él, sino por ellas, aunque Napoleón dijera que el mejor adorno de la mujer era el silencio, como si el gran capitán del siglo hubiera querido dar a entender con el dicho, que el pico no les sentaba bien. Cosas de Bonaparte, En todo caso lo que yo diría es: barbero mudo, tienda sin parroquianos. Eso sería bueno para el barbero de sí propio, como mi buen abuelo, que estando en su afeite dándole a la navaja, Dios libre de conversar, ni que le contasen historia, por temor a algún tajillo.
Barberos hubo, y barberos hay, y algunos de la flor de envido; pero venga uno a saber con certeza desde cuándo los hubo en la tierra, aunque sea de suponer que nuestro padre Adán tendría patillas y no sabemos como haría para afeitarlas, si quería parecer buen mozo.
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Para eso nuestros charrúas y minuanes, que no necesitaban barbero, porque lo que les sobraba de pelo en las melenas, les faltaba de barba en la anchota cara lampiña.
Y niegue cualquiera la ventaja de ser lampiño, que no necesita navaja ni barbero; aunque si todos lo fueran, mal negocio para el pobre barbero.
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hasta el año 16 eran pocos los barberos que había aquí, y contaditas las barberías de aspecto de aspecto tan lucido como pueden ustedes figurarse de un cuarto a la calle, con una bacía de lata colgada de seña a la puerta, y una cortinita de zaraza de tapapuerta, dos o tres sillas de vaqueta, un lavatorio de morondanga, un espejito, un paño colgado, la bacía, el jabón, las navajas , las tijeras, el peine, un pocillo de pomada, un par de pañitos para limpiar la navaja, la piedrita de afilar, un asentador mayúsculo, otro palo de pita, y algún otro cachivache.
Con tales elementos, por lo común debían ser como a pedir de boca en las barberías de antaño. Pero los pobres barberos, incluso el del hospital, hacían por la riña, pues a falta de parroquianos y de alguna muela que sacar, aunque fuese con carrillo y todo, se entretenían en hacer sus cigarrillos y matar el tiempo charlando con el vecino.
- mi barbero era una alhaja, hablantín como todos los barberos, pero listo y divertido como ninguno. Con decir que era hijo de la tierra de María Santísima, basta - solía decir antaño un parroquiano de la barbería de la calle San Pedro, a la vuelta del Reñidero de Gallos, que acostumbraba ir a hacerse la barba y hechar, cuando se ofrecía, una cana al aire con el barbero. a eso le contestaba otro parroquiano de la barbería del tío Pepe: - Pues el mío no se queda atrás en es9o de darle a la sin hueso mientras enjabona, asienta la navaja en su asentador de cuarta y media, y lo mantiene a uno con la bacía al cuello, enclavado en el sillón de vaqueta.
para chascarrillos, cuentos verdes y chismografía del barrio, se pinta solo. Mire usted. es un lince que todo lo pispa, una gaceta andante, que todo losabe, lo mismo que la partera, el Padre Guardián, o la Montañesa, que de las cosas de Bonaparte. Es entretenido y gana bien el real de afeite.
Vamos que el hombre entiende del oficio, y el pardillo Justo, que tiene de ayudante de navaja, no se queda atrás. A fe que tiene bien enseñado al muchachón.
Vea usted: cuando en ausencia del patrón me hace la barba me conversa por siete, mientras le da al jabón, y agua va y viene de la bacía haciendo espuma hasta las narices y refriega la barba. Una vez preguntele: - 2¿Por qué tanta lengua al enjabonar?" - -"Señor - contestome el muy ladino - , porque así entretengo y se remoja bien la barba, para correr mejor la navaja". De tal maestro, tal discípulo.
Pues señor, tantico más o menos, todos los del oficio eran cortados por la misma tijera. Barbero sin chistar, y mujer sin pico, decía el andaluz, échese usted a buscarlo.
Bien puede ser así, pero no seré yo, que no soy y andaluz, quien lo diga; no por él, sino por ellas, aunque Napoleón dijera que el mejor adorno de la mujer era el silencio, como si el gran capitán del siglo hubiera querido dar a entender con el dicho, que el pico no les sentaba bien. Cosas de Bonaparte, En todo caso lo que yo diría es: barbero mudo, tienda sin parroquianos. Eso sería bueno para el barbero de sí propio, como mi buen abuelo, que estando en su afeite dándole a la navaja, Dios libre de conversar, ni que le contasen historia, por temor a algún tajillo.
Barberos hubo, y barberos hay, y algunos de la flor de envido; pero venga uno a saber con certeza desde cuándo los hubo en la tierra, aunque sea de suponer que nuestro padre Adán tendría patillas y no sabemos como haría para afeitarlas, si quería parecer buen mozo.
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Para eso nuestros charrúas y minuanes, que no necesitaban barbero, porque lo que les sobraba de pelo en las melenas, les faltaba de barba en la anchota cara lampiña.
Y niegue cualquiera la ventaja de ser lampiño, que no necesita navaja ni barbero; aunque si todos lo fueran, mal negocio para el pobre barbero.
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hasta el año 16 eran pocos los barberos que había aquí, y contaditas las barberías de aspecto de aspecto tan lucido como pueden ustedes figurarse de un cuarto a la calle, con una bacía de lata colgada de seña a la puerta, y una cortinita de zaraza de tapapuerta, dos o tres sillas de vaqueta, un lavatorio de morondanga, un espejito, un paño colgado, la bacía, el jabón, las navajas , las tijeras, el peine, un pocillo de pomada, un par de pañitos para limpiar la navaja, la piedrita de afilar, un asentador mayúsculo, otro palo de pita, y algún otro cachivache.
Con tales elementos, por lo común debían ser como a pedir de boca en las barberías de antaño. Pero los pobres barberos, incluso el del hospital, hacían por la riña, pues a falta de parroquianos y de alguna muela que sacar, aunque fuese con carrillo y todo, se entretenían en hacer sus cigarrillos y matar el tiempo charlando con el vecino.
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